La atracción por las viejas estaciones de ciudades de provincias y el viaje a través de una noche de invierno con Italo Calvino.

Por Almudena Pacho

«Lo que quisieras es la apertura de un espacio y un tiempo abstractos y absolutos en los cuales moverte siguiendo una trayectoria exacta y tensa.»

Pero esta es una novela en que las cosas que queremos no ocurren y si atendemos al título Si una noche de invierno, un viajero… poca duda nos queda sobre el aspecto abierto y lleno de posibilidades de esta obra literaria que escapa a todo género puro. No nos encontramos ante una novela al uso ni tampoco ante un libro de relatos convencional y sin embargo, podríamos decir que esta obra es la quintaesencia del relato por su aspecto narrativo multilineal.

En nuestras clases de Educomunicación y Narrativa Digital con el doctor David García-Marín, comenzamos la andadura con esta lectura de Italo Calvino como ejemplo de relato multilineal en soporte literario y como excusa exploratoria de aspectos que pareciendo atribuibles a la narrativa digital no le son exclusivos sino que se pueden encontrar en la manera de narrar tanto en la literatura como en el cine pre-digital.

«La dimensión del tiempo se ha hecho pedazos, no podemos vivir o pensar sino fragmentos de metralla del tiempo que se alejan cada cual a lo largo de su trayectoria y al punto desaparecen.»

De Italo Calvino recuerdo con cariño a su barón rampante leído en la juventud y aunque al final de esta novela llegué sobretodo por el compromiso asumido con estas líneas que ahora escribo, no voy a olvidar nunca la estación de tren con que comienza esta novela.

Leer Si una noche de invierno, un viajero… es una experiencia poliédrica cercana a la sensación que se tiene cuando miras a través del caleidoscopio; la imagen es la historia y cada fragmento de esa historia conforma una pequeña pieza que se puede leer casi independientemente pero cuyo significado no es completo sin el resto de las piezas. Además, se le añade a este aspecto estético el juego del espejo: una dimensión que te adentra en la siguiente y a su vez en la siguiente como si de infinitos reflejos se tratara.

CALEIDOSCOPIO Photo by Animations and Backgrounds on Pexels.com

Por otra parte, se trata de una novela sobre el oficio de escribir. Todo en ella destila respeto y amor por la humilde y humana tarea del escritor como hacedor de historias. Nos encontramos ante un metarrelato. A través de las páginas de la novela escuchamos el manifiesto de un artista que se rebela contra la contingencia de la norma y las convenciones impuestas apelando al poder de la imaginación y a la libertad de la creación.

De los aspectos metaliterarios, como buena lectora, he disfrutado abriéndome paso a través de las palabras “como por un tupido bosque”.

Otro aspecto destacable es el constante diálogo entre autor y lector, a quién se trata de interpelar y hacer partícipe en una especie de interactividad que en literatura es difícil de conseguir. Esta conversación navega abrazando palabras en una deriva que nos deja construcciones de gran belleza y pequeñas píldoras de sabiduría sobre el mundo de la literatura.

«La novela que más me gustaría leer en este momento debería tener como fuerza motriz solo las ganas de contar, de acumular historias, sin pretender imponerte una visión del mundo, sino solo hacerte asistir a su propio crecimiento como una planta, un enmarañarse como de ramas y hojas…»

“Si una noche de invierno, un viajero…” no deja de ser una reivindicación de la esencia que nutre la literatura: el relato y con ello un homenaje a la libre circulación del caos como una energía que no puede ni debe ser aprehendida para ser insertada en moldes. 

«La conclusión a la que llegan todas las historias es que la vida que uno ha vivido es una y solo una, uniforme y compacta como una manta enfurtida donde no se pueden separar los hilos con que está tejida…una red de líneas que se entrelazan.»

Concluiré diciendo que aunque por el momento vital me ha costado desempeñarme entre el caos, leer de nuevo a Calvino ha supuesto volver a disfrutar de su lenguaje sin igual desentrañando frases para nunca olvidar. Avanzar en este relato era como mover una batela sabiendo que gracias al colado aparecerían las pepitas de oro…y aparecieron.

«Escribir es siempre esconder algo de manera que después sea descubierto.»

La protagonista era la historia y las microhistorias eran anécdotas en el metarrelato. El motor de todo no es otro que el que nutre nuestras vidas como seres ancestrales y orgánicos: la narrativa. Del mismo modo, la novela que importa no es la que leemos sino la que se queda al margen, la que se construye a través de las elipsis igual que nuestras vidas cuentan no solo aquello que vivimos sino todo aquello que pudimos haber vivido y no vivimos. El ser humano haya su sentido no solo en sus palabras sino también en sus silencios. Como decía Duchamp, el arte no es lo que queda en el centro, el arte está en el hueco, algo que Chillida y Oteiza plasmaron muy bien en sus esculturas. Ese espacio como de agujero negro se resume el caos que rige nuestras vidas y da vida a novelas como Si una noche de invierno, un viajero…

Caja vacía de Jorge Oteiza, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Walter Benjamin. En busca del aura perdida.

Por Almudena Pacho Casquet

«La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden.»

La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1935), al igual que La sociedad del espectáculo (1967) de Guy Debord, es un breve ensayo que conquista por el pensamiento visionario de su autor, Walter Benjamin. Ambas lecturas son esenciales para una reflexión profunda sobre el arte, los medios (nuevos y viejos) y la sociedad como sistema de clases. Walter Benjamin, que escribe este ensayo en el contexto de la Europa de entre guerras, repasa en él la naturaleza del arte en cuanto a su relación con la sociedad de acuerdo a los distintos soportes y medios. 

La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1935), al igual que La sociedad del espectáculo (1967) de Guy Debord, es un breve ensayo que conquista por el pensamiento visionario de su autor, Walter Benjamin. Ambas lecturas son esenciales para una reflexión profunda sobre el arte, los medios (nuevos y viejos) y la sociedad como sistema de clases. Walter Benjamin, que escribe este ensayo en el contexto de la Europa de entre guerras, repasa en él la naturaleza del arte en cuanto a su relación con la sociedad de acuerdo a los distintos soportes y medios. 

En texto es un recorrido por el arte desde sus formas más primitivas hasta el cine, que en los tiempos en que se escribió este ensayo ya había sido apropiado por el capitalismo como quimera entretenedora y promotora de consumo. Benjamin piensa en los distintos lenguajes en que los artistas se han expresado a lo largo de la historia y en las diferentes interfaces que el arte ha usado en esta conversación. Aunque la ‘interfaz’ llegaría mucho más tarde, Benjamin anticipa el concepto cuando indaga en las repercusiones de la evolución social y técnica sobre el arte y del arte sobre la sociedad. No en vano, muchos años después, cuando el Manovich de El lenguaje de los nuevos medios de comunicación: la imagen en la era digital, para analizar los nuevos medios se remonta a los orígenes de la fotografía y al cine como primera experiencia multimedia, parece beber de este mismo ensayo.

Ya en aquellos años 30, el cine vivía su apogeo como medio multimedia en el que se fusionaban múltiples lenguajes artísticos y la imagen prometía ya ser la reina del discurso presente y futuro. En EE.UU. Hollywood y su ‘star system’ inauguraban la tiranía de las audiencias y la Rusia estalinista propaganda revolucionaria. Benjamin  lo definió muy bien: el fascismo sería la máxima “artificación de la política” mientras el comunismo derivaría en una fructífera “politización del arte”. Dos caras para una misma moneda.

Hoy, no estamos lejos de esa dicotomía benjaminiana: la política vuelve a teatralizarse alentada por las plataformas tecnológicas (dueñas del maná informativo). Se intenta proporcionar una pátina de algo “artístico” para despertar nuestra atención aleccionada por influencers y marketers. Unos y otros, son las estrellas de hoy. El político de ideas se queda en la sombra porque el sistema necesita de actores que lleven a cabo el guión que los medios escriben y la política se asesora con expertos en marketing que se dirigen a audiencias para vender un producto, no ideas. Las audiencias necesitan impactos emocionales para seguir atentas y poder dar vueltas a la rueda como un hámster en su jaula.

El debate sobre el arte que plantea Benjamin nos ayuda a entender la influencia que la reproductibilidad de la imprenta, la fotografía, el cine y hoy internet, han imprimido a las obras artísticas. Antes de la copia, el arte era un momento único, irreproducible y estaba conformado de soporte, proceso, tiempo, contexto y aura. El aura es una especie de momento anclado a una experiencia sensorial y metafísica que emana de la obra. Pero ese aura se fue perdiendo por la dificultad de ser trasmitida en masa y por la superación de la dimensión espacio-tempora que la reproducibilidad aportó al arte. En la antigüedad una obra era un interfaz al mundo del artista que solo permitía entrar a unos pocos. Poco a poco, el arte fue calando en la sociedad, saliendo de la aristocracia para expandirse con las clases burguesas y “democratizarse” gracias la revolución tecnológica que supusieron diversos avances, como por ejemplo la imprenta. Y así, poco a poco, llegaron la fotografía y el cine para generar mundos multimedia que revolucionaron la conversación con las masas. Nacieron las audiencias y los autores se convirtieron en estrellas. Con internet llegó el mundo en que todos somos autores y la obra pasa a un segundo plano a veces porque autor y obra forman un impacto, la obra se lanza como un proyectil, decía Benjamin, para romper la distracción que sufrimos ante tamaña profusión de información.

Fascina este concepto de aura y pensar que todo arte no es sino un intento de atrapar algo que a los seres humanos se nos escapa. La llegada de la fotografía, igual que la llegada de internet para nosotros, fue en su tiempo una revolución para quienes la vivieron y despertó la ilusión de llegar a atrapar lo inalcanzable. Aunque ejemplo algo extremo, la fotografía post-mortem del XIX sirve para entender cómo los nuevos medios han querido desde siempre fijar el aura: conservar el momentum. Esto es difícil cuando la obra se reproduce hasta el infinito y se desvirtúa el diálogo al viajar a toda velocidad por entre ingentes cantidades de destinatarios que le van impregnando distintos matices al tiempo que la van trasformando en algo que finalmente tiene poco que ver con lo que el artista quiso decir. Desaparece el artista diseccionado y desnudado de su esencia en el baño de masas.

Para Benjamin, el arte es un lugar de recogimiento, pero con las masas (audiencias) éste se ha convertido en disipamiento. Y curiosamente, nada que no esté presentado con este envoltorio parece calarnos hondo por lo que la sociedad se ha convertido en el espectáculo que Debord preconizó. 

Casi un siglo después de este maravilloso texto, la contradicción se perpetúa. En la era de la posproducción, de la posdigitalización, del poscapitalismo, llegamos a un máximo desarrollo tecnológico que parece imparable pero el poder sigue en unas pocas manos por lo que son muy pocos los que pueden disfrutar de este progreso humano. 

No podemos dejar de preguntarnos sobre si esto es realmente el progreso. En todos los tiempos, el progreso ha sido aprovechado por unos pocos que no han permitido que el resto avanzara, no al menos al mismo tiempo. Hoy internet está en todo el mundo pero el acceso ha sido desigual y sigue siéndolo. Cuando la red solo comenzaba a andar soñamos con un mundo más democrático pero hoy sabemos que el progreso avanza desigualmente y que el poder siempre acaba apropiándose del nuevo talento para perpetuar su posición por miedo a perderla, proceso que investigó Bourdieu en los 70 y que plasmó en La Reproducción. La guerra que Benjamin proclamó como el máximo arte de las sociedades neo-liberales hoy toma distintas formas. Pero sigue estando ahí. Siguen estando los pobres y hemos puesto nombre a las sombras: aporofobia; miedo al pobre, rechazo al otro. Cada avance trae consigo su yugo en la sociedad de clases. La participación nos ha traído la esclavitud de la atención aunque nos da también espacios nuevos para el activismo y el pensamiento crítico.

Antoni Muntadas, 1989. Video is televisión? YouTube.

Y el arte, sigue buscando su aura perdida. Hay obras que valen por el aura de quienes las crean o más bien por el carisma y otras que nos hace sentir por si mismas. El arte digital terminaría de dinamitar el aura con su reproductibilidad multiplicada por infinito, que diría Benjamin, pero el mercado se transforma y con el Blockchain llegan los Non Fungible Tokens, obras que ancladas a la tecnología de bloques quieren conseguir encerrar el momentum que la reproductabilidad infinita y maldita les negaría. ¿Lo conseguirán? No se sabe, pero de momento el mercado premia este desesperado intento.

NFT de Beeple vendido en 2021 por 69 millones de dólares. Photograph: Christie’s Auction House

Del control de los cuerpos a la policía del pensamiento: el Panóptico y los algoritmos.

Por Almudena Pacho Casquet

«…viven desde que nacen hasta que mueren, bajo la vigilancia de la Policía del Pensamiento. Ni siquiera cuando están solos pueden estar seguros de estarlo de verdad. Dondequiera que se encuentren, dormidos o despiertos, trabajando o descansando, en el baño o en la cama, pueden ser inspeccionados, sin previo aviso y sin saber que los están inspeccionando.»

GEORGE ORWELL, 1984
De I, Friman, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2410607

Hoy es 18 de mayo de 2021 y la cuenta de personas asesinadas por Israel en Gaza sigue aumentando. Al tiempo, en Ceuta, miles de menores marroquíes están arribando a la playa del Tarajal en un éxodo salvaje persiguiendo una quimera que esta pandémica y vieja Europa no quiere, ni sabe si puede ya alimentar. Pero nada es mucho cuando atrás se deja la miseria. Los algoritmos no han desbancado al tribalismo ni a las guerras, al contrario, se están adaptando a los esquemas del poder volviéndose herramientas de vigilancia insospechada. Hoy también moría el artista Franco Battiato en Sicilia recordándonos que el ser humano sigue siendo ese que ansía simplemente encontrar un centro de gravedad permanente como nos cantó en los ’80. Duele pensar en tantas personas dejando lugares a los que muchos, no volverán. Gentes que producen no lugares cuando migran. Gentes que dejan vacío cuando se van. Pero hoy toca reseñar nuestra última clase sobre Narrativas Digitales donde pudimos charlar y reflexionar sobre los algoritmos y el concepto del panóptico digital.

¿De dónde viene este concepto de la panóptica digital? ¿Qué tiene que ver con la algoritmización de la red? Como ya relata David García-Marín en el libro que firma con el doctor Roberto Aparici, Comunicar y educar en el mundo que viene (Gedisa, 2018), todo comenzó en el siglo XVIII en Gran Bretaña con Jeremy Bentham, a quién encargaron la reforma del sistema penitenciario británico. A este humanista-arquitecto-político-escritor-filósofo se le ocurrió el diseño de un edificio con planta circular y una torre central desde la que el vigilante era capaz de observar a todos los reos sin ser visto: el panóptico. Esta estructura se extrapoló a otros ámbitos como hospitales, bibliotecas y escuelas plasmando la filosofía de su creador: el utilitarismo. Bajo este marco los ciudadanos debían seguir las acciones marcadas por la ley y los estamentos para prosperar y contribuir así al progreso personal y social. El utilitarismo describe una sociedad inocente bajo el paraguas de la incipiente industrialización cuyo fin era conseguir la felicidad propia y el bien común.

Jeremy Bentham (1748-1832) https://www.freepng.es

«La visibilidad es la trampa.»

MICHEL FOUCAULT

Más tarde, este concepto del panóptico fue rescatado por Michel Foucault, quien en su obra Vigilar y castigar (1975) reflexionó sobre la sociedad de su tiempo a la que llamó sociedad disciplinaria. Foucault se interesa en el panóptico como metáfora de una sociedad donde el poder no se ejerce solo desde arriba sino también entre los individuos. La luz y las imágenes codifican los nuevos modos de vigilancia. Hay que sacar los cuerpos de las sombras y evidenciar lo oculto para llegar a la verdad. Empieza el control regulador, se puede modelar a los seres humanos desde la manipulación y el conductismo. Aparece una nueva forma de «esclavitud» en que los instrumentos coercitivos ya no se limitan a la tortura o el castigo físico: el discurso. Las nuevas herramientas de control no son tan fácilmente identificables y los medios de comunicación masiva se constituyen como garantes de la verdad. Llegamos así a las sociedades de control que describió el filósofo Gilles Deleuze dónde el sistema de control ha evolucionado y la maquinaria energética industrial da paso a la computación: el capitalismo de producción pasa a ser de servicios y acciones y lo tangilble se convierte en volátil. Aquí la sociedad de consumo desplaza la producción de los bienes a países en desarrollo y la vida se complejiza. Los antaño cuerpos perseguidos para ser castigados y convertidos al sistema ahora son mentes desplazadas. El sistema rechaza y se empeña en expulsar al individuo exigiéndole más tiempo y más condiciones: quien no llega a conseguir una entrada para este viaje queda fuera para siempre. El paro, la marginación, el estrés, las migraciones, la incertidumbre y todo un nuevo mundo de espejos son instrumentos de exclusión en estas sociedades del control. Y entonces, llega el imperio del algoritmo.

Los algoritmos son fórmulas computacionales o «recetas» compuestas por acciones que resuelven problemas. Las plataformas y programas que manejamos día a día recogen datos en tiempo real sobre nuestros gustos, nuestra localización y nuestras interacciones sociales rastreando nuestras vidas. «Estamos fichados» es una frase recurrente. El Gran Hermano de Orwell en 1984 rige la lógica de nuestro mundo. Estas plataformas y aplicaciones manejan cuatro grandes tipos de algoritmos (popularidad, autoridad, reputación y predicción) que combinados entre sí trabajan rastreándo nuestro paso por la red para servirnos mejor aunque en realidad somos nosotros la servidumbre. No servimos a los algoritmos sino a los dueños de esos algoritmos: hoy las grandes plataformas se constituyen como nuestro gran hermano.

Para concluir, se me hace muy necesario recurrir al filósofo Byung Chul Han. Si las formas de vigilancia en las sociedades de control se disfrazaban de consumo ahora ejercen la tiranía de la transparencia, lo que no se expone es expulsado, se castiga el misterio, la metáfora. Nos vamos alejando del otro, de lo distinto, del negativo. Esta sociedad posdigital se agarra a lo positivo y son los algoritmos un medio idóneo para devolvernos un entorno hecho a nuestra medida: homogéneo y con la menor divergencia que desafíe nuestra mente. Pero este es el engaño. El entorno digital ha dinamitado las barreras entre lo material y lo virtual, entre el trabajo y el ocio, entre la libertad y la esclavitud. La pandemia ha profundizado estas fisuras.

«Busco un centro de gravedad permanente
que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente…»

FRANCO BATTIATO

¿De verdad somos más libres en un mundo en que el trabajo se diluye impregnando todas las esferas de nuestra vida y dónde el ocio de las redes sociales nos convierte en productores de contenido sin sueldo para las plataformas? ¿Puede ser que el nuevo modo de control y castigo sea esa promesa de eficiencia y felicidad que los nuevos medios nos ofrecen como se sugiere en el vídeo? Seguiremos pensando mientras el mundo gira y nosotros enajenados buscaremos un centro de gravedad que nos sujete contra la ingente locura.

T

Guy Debord: la vida o la máscara ¡tú eliges!

Por Almudena Pacho Casquet

     «Todo lo que antes era vivido directamente se ha alejado en una representación». Guy Debord, La sociedad del espectáculo.

     Siguiendo con el aprendizaje, hoy comentamos a Guy Debord y La sociedad del espectáculo, un libro mítico de finales de los 60 que ofrece una visión panorámica del presente actual plenamente vigente, casi profética. Nos ha pasado esto también con el Manovich de El lenguaje de los nuevos medios. Son autores, que como otros visionarios, con décadas de adelanto han sabido ver en la punta del iceberg todo lo que éste esconde debajo.

      La algoritmización y el ensalzamiento de la imagen como lenguaje masivo han convertido a esta sociedad en transparente (Han, 2013) y a la vez en invisible (Innerarity, 2004). En la sociedad posdigital, quedó muy lejos el homo sapiens, ahora somos homo comunicans (Aparici y García Marín, 2019) y homo videns (Sartori, 1998). 

     Los seres humanos nos estamos disociando en múltiples identidades, una por cada perfil y red social: la laboral, la de amistad, la de pareja. Mientras se fragmenta el exterior, así nuestra alma se va convirtiendo en microbits y se nos va pixelando la vida: somos avatares. Siempre el ser humano ha tenido varias caras de su personalidad que asoman en cada modo de relación con los otros pero ahora exponemos esta impúdica multiplicidad y la sometemos al escrutinio generalizado. En política esto se ha traducido en dos corrientes discursivas generalizadas, la corrección política (cuando se quiere ir con el mainstream sin disonancias) y el extremismo (cuando decir las cosas alto, claro y con mucho ruido nos empodera). Entre medio hay matices pero los algoritmos se empeñan en devolvernos solo lo que queremos ver: los filtros burbuja y las cámaras de eco nos homogeneizan y polarizan por igual. Las redes sociales reducen las oportunidades de que tus ideas sean desmontadas pero si te confrontan no es del todo malo porque te haces más visible.

     ¿Por qué el espectáculo? Porque en una sociedad donde el capital atención ha desbancado al capital productivo nos hemos vuelto contenido; valemos por nuestra capacidad de generar relato. Y nuestras relaciones con los demás son historias. La palabra del momento: narrativa. Y en este juego ganan los players que más atención consigan. La política es un espectáculo transmedia: no hace falta ir muy lejos para verlo: héroes, villanos, puñales ensangrentados, cartas anónimas, insultos, vírgenes suicidas en plena campaña electoral. Hoy el debate argumental se está quedando a la sombra del espectáculo. Las ideas son cenizas al viento en la hoguera de una inquisición silenciosa, encubierta y autoimpuesta. El ágora cibernético con su interfaz ejerce como intermediario entre nosotros y la realidad. Si la realidad que nos devuelve la interfaz es verdad o es mentira es secundario al storytelling .¿Qué más dan las fake falaces o el estruendo? Lo que vale es un buen atrezzo, una fotografía son mil y una palabras, de fondo el ruido, mucho ruido. Porque en esta sociedad importa el entertainment , pase lo que pase no importa… al fin y al cabo estamos en la era de la gamificación. ¡Que todo nos pille jugando!

The Truman Show: historia de una vida. de Peter Weir (1998). (YouTube)

¿Estamos cerca de confundir la tele-realidad con lo que supuestamente es nuestra vida real.? ¿Qué será la obra de arte y qué será la obra humana? Estamos a punto de entrar en una nueva dimensión de la realidad. Para mí, esto es como si nos estuviéramos metiendo en el matrix, dentro de la obra de arte. ¿Quién es quién en el show?


BIBLIOGRAFÍA

Aparici, R. y García-Marín, D. (Coords.). (2019). La posverdad. Una cartografía de los medios, las redes y la política.    Gedisa

Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. Ediciones Naufragio. 

Han, B.C. (2013). La sociedad de la transparencia. Herder Editorial. [Edición de Kindle].

Innerarity, D. (2004). La sociedad invisible. Espasa Calpe.

Sartori, G. (1998). Homo videns: la sociedad teledirigida. Taurus.

Precedentes de la narrativa transmedia: Dziga Vertov y El Hombre de la Cámara (1929).

Por Almudena Pacho Casquet

«Durante quince años he aprendido cine-escritura. He aprendido el arte de escribir no con la pluma sino con una cámara. La ausencia de alfabeto cinematográfico me ha resultado molesta. He intentado crear este alfabeto.»

Dziga Vertov

Como en un relato digital donde todo está conectado, hoy tocan unas palabras sobre este cineasta ruso que hemos conocido al principio de la asignatura de Narrativa Digital y Educomunicación del master. David García Marín nos lo ha propuesto como ejemplo de relato no lineal visual junto a Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Pero Manovich en El lenguaje de los nuevos medios de comunicación hace un estudio de este autor y de ahí que vayamos conectando aprendizajes a modo de redes neuronales.

En efecto, nuestro interés por este autor en este momento del camino viene del hecho de que ya en el siglo pasado, mucho antes de la aparición de los nuevos medios, hubo producciones que demuestran que la narrativa no siempre ha sido lineal.

Vertov era un documentalista obsesionado con recoger la realidad como si de datos se tratase. La cámara simula al ojo humano y por eso a este cine se le denominó «cine-ojo». La película es un retrato orgánico de la vida y costumbres de una ciudad rusa de principios de la revolución estalinista. Se asocia este tipo de género documental con la propaganda gubernamental y las ganas de proyectar el proyecto estalinista pero también el auge de este cine en su época estaba asociado con la vanguardia y se puede apreciar en la modernidad que destila y el uso de los recursos estilísticos que han sentado las bases de un estilo propio. Vertov junto a otros autores conformaron el movimiento de los Kinoki, con el objetivo de hacer cine documental y luchar contra el cine de ficción que estaba sujeto a los clichés y que consideraban una mera manipulación. El caso es que por muy documental que sea una película y por mucho que queramos plasmar la objetividad, como reflexionamos en las clases, la objetividad absoluta es imposible dado que la cámara como interfaz es un instrumento que el autor maneja con una intencionalidad. Como en todo producto artístico, incluso si sacamos al género documental del arte, nada es absolutamente objetivo porque somos humanos. Otro asunto será ver si el arte hecho por robots puede ser considerado como más objetivo pero no creemos que se solucione el dilema porque la inteligencia artificial la ha creado el hombre.

Dziga Vertov: El hombre de la cámara

¿Por qué nos interesa tanto esta película en nuestro viaje por la narrativa digital?

Nos interesa El hombre de la cámara por la estructura del relato. Se trata de una película que pretende prescindir de guión, historia o premeditación evidente. Es un documental que deja a un lado la mayoría de los recursos narrativos típicos de la época como la música (que añade un tono emocional al cine mudo) o las cortinillas con texto que explican la intención. Se quiere dar al espectador una «fotografía» viva o en movimiento de la vida de una ciudad en un día concreto que puede ser cualquier día laborable, sin muchas referencias espacio-temporales. Nuestra referencia narrativa es la cámara y la protagonista: la cámara. El interfaz (cámara) nos va dando datos a través de las escenas y nuestra mente tiene la tarea de conectar esos datos (como si nosotros fuéramos software del ordenador) de modo que el producto final está en la mente de cada uno y puede resultar un retrato diferente el que yo me haga del que se haga otra persona.

Nos interesa porque Dziga Vertov, como dice en la cita de arriba, inventó un nuevo alfabeto visual para ofrecer lo que él quería: la captación del movimiento de la ciudad. En mi opinión, queriendo ser objetivo consiguió ser simbólico también porque en esta película hay una metáfora de la vida transversal a tiempo y espacio: las escenas de nacimiento, matrimonio, funeral nos llevan al relato de la vida humana y las escenas cotidianas costumbristas nos arman un relato en enjambre a modo de collage de la ciudad.

Vertov consigue todo esto a través de dos modos operativos: siendo un genio de la cámara en hombro (nos ofrece varias escenas que reflejan el trabajo de los operadores en un homenaje a esta profesión en cine) y por otro lado ejerce un magistral trabajo de montaje que le han convertido en un cineasta referente en los estudios de cine. Su modo de montar despliega una modernidad adelantada a su tiempo y trucos como superposiciones de planos que son de gran belleza fotográfica. No podemos evitar decir que el montaje es una manipulación y que a través de él se añade un componente enorme de subjetividad que sería contradictorio con lo que venimos explicando y que nos puede ayudar a debatir aún más sobre la verdad de la objetividad pero no vamos a profundizar en esto ahora.

La vida es movimiento y Vertov, consigue trasmitir la vida. Esta película consigue escapar a la literalidad: al principio, nudo y desenlace, sentando lo que más recientemente hemos conocido como narrativa multilineal. Hay muchas historias dentro de la historia y nos toca «interactuar» para conectar las que más significativas nos resulten para entender esta ciudad.

Lev Manovich y la vigencia de los nuevos medios que ya no son tan nuevos.

Por Almudena Pacho Casquet

Puede que la digitalización haya simplificado nuestro día a día y que el mundo sea más complejo por la fragmentación y atomización de la información en nuestra era. Además, no podemos negar que desde que la complejidad creciente forma parte de nuestra sociedad, le hemos cogido gusto a la practicidad de lo dicotómico y a ese modo disyuntivo de movernos por la vida a la hora de realizar elecciones. El manejar dos variables parece arreglarnos la «papeleta» de tener que decidir entre demasiadas opciones. Desde que el post-capitalismo nos convirtió en prosumidores pasamos demasiado tiempo divagando sobre las mil y una opciones que el sistema nos ofrece que en realidad se reducen a dos: comprar o no comprar; el código binario del consumismo.

Para los que nacimos algunas décadas antes del 2000, la llegada de internet marcó una frontera entre dos territorios vitales: lo vivido antes de internet y lo vivido desde entonces. A partir de ahí, muchos nos convertimos en «inmigrantes digitales» y nuestros hijos pasaron a ser «nativos digitales» (Prensky, 2001). El caso es que esta disrupción asentó los cimientos de la eterna discusión entre lo digital y lo analógico, entre los mass media y los social media, entre lo lineal y lo multilineal y así nos plantamos en el año 2021 en la clase de Narrativa Digital y Educomunicación con David García Marín y leemos a Lev Manovich en El lenguaje de los nuevos medios de comunicación .

En 2001, cuando Manovich publicó este libro, hoy de culto entre creadores y estudiosos de los medios, la digitalización era un bebé que empezaba a andar cuyo carácter solo despuntaba. Manovich fue un visionario porque hoy, el bebé es un adulto joven y los rasgos básicos que retrató entonces siguen vigentes y conforman un entramado sobre el cual se van ensamblando nuevas funcionalidades al tiempo que los medios se van transformando.

Por otra parte, Manovich demuestra que la aproximación a los nuevos medios no puede hacerse desde la contraposición entre lo nuevo y lo viejo ya que lo nuevo no surge espontáneamente sino fruto de la evolución tecnológica y social. Lo tecnológico necesita de lo cultural, arte y código binario no tienen por qué no entenderse. Si nos centramos en la imagen como formato cultural prominente Manovich nos deja claro que el cine nos brindó todo un ADN digital desde su nacimiento y la pintura y el arte siempre han sido interactivos en su afán por comunicar y participar con los otros. Por tanto, digital e interactivo, no son dos adjetivos que Manovich circunscribe a los nuevos medios como algo exclusivo. Lo que sí establece Manovich es que el ordenador se convierte en el eje central de la creación de los productos de los nuevos medios y el cine es el hipermedio del que emergen todos los demás. En películas como El hombre de la cámara de Dziga Vertov (1929), Manovich encuentra ya casi todos los rasgos de la multilinealidad que los medios digitales van a abanderar en el futuro.

El hombre de la cámara de Dziga Vertov (1929)

Para sentar las bases de los fenómenos digitales Manovich distingue algunas características esenciales a los mismos:

El lenguaje de los nuevos medios se basa en la representación numérica o código binario y como tal se presta a la manipulación y organización algorítmica.

Los elementos de los nuevos medios se presentan con estructura modular y pueden ser categorizados en colecciones. Internet tiene una estructura modular.

Los productos digitales se pueden automatizar bajo plantillas o fórmulas algorítmicas de modo que ya no es necesario que el creador esté presente. Con una plantilla se puede programar la creación, por ejemplo. El arte nunca antes fue automatizable aunque fuera susceptible de poder ser programado. Los nuevos medios añaden modos nunca hasta su irrupción imaginados.

Los productos de los nuevos medios son variables. Los elementos se guardan en bases de datos y con plantillas esos datos pueden dar forma a infinitas presentaciones e interfaces. Esta variabilidad abre nuevas posibilidades donde los productos se pueden personalizar, dando lugar a nuevas implicaciones culturales o socio-económicas como el marketing. Los productos digitales son diseñados y «paridos» al mundo y a partir de ahí pueden actualizarse o transformarse pero chocan con la concepción de producción y distribución de antaño, donde se creaba un producto y éste había de ser presentado a múltiples audiencias siempre con la misma forma. Ahora, dependiendo de las audiencias el mismo producto se puede presentar de distinta forma y con más o menos módulos. El carácter de variabilidad lleva a la escalabilidad: los productos digitales son escalables en la medida en que se pueden ir añadiendo secuelas o precuelas, se pueden lanzar en un país e ir creciendo según se van lanzando a otros países etc.

Partiendo de esta liquidez de lo digital se explica el carácter interactivo que Manovich no centra en la acción humana (puesto que esto no es nuevo) sino en la forma en que se accede a esa interactividad: el orden arbóreo o menú. Este modo de acceder a la interfaz supone una disrupción enorme en la manera de crear y relacionarnos con las obras: internet es un gran menú por el que vamos navegando entre distintos elementos multimedia conectados por hipervínculos. Esta estructura donde los elementos son independientes pero conforman un producto siempre vivo es lo que se llama HIPERMEDIA, un medio que conecta otros medios y donde conviven el hipertexto y otros elementos multimedia.

Los productos digitales se prestan a la transcodificación porque los medios son transformables y presentan dos capas; la informática y la cultural, que se influyen recíproca y constantemente. Lo binario afecta al arte y a la creación y lo cultural ha afectado a lo tecnológico. Si entendemos que los medios digitales son una evolución de los analógicos y no una dicotomía, podremos llegar a apreciar el carácter tuneador de la creación digital que tan bien describe Carlos Escaño en su conceptualización de la remezcla.

Jenny Holzer. Arte conceptual. El rasgo de variabilidad de las producciones de esta artista permite adaptar su arte (y su mensaje) al público al que se presenta, no siendo nunca una obra acabada y estática.

A modo de conclusión, hoy no podemos adivinar por dónde va caminar nuestro joven adulto digital pero a veces parece que la capa informática está ganando a la cultural en los modos en que el hipermedia ha ido calando en la sociedad. Se evidencia que los algoritmos se han quedado con las huellas de nuestros caminos por internet, guardan nuestros recorridos y nos conocen por nuestros pasos. Internet ha pasado de ser un bosque de oportunidad a ser el bosque oscuro. Nosotros somos Caperucita y la red ya no es la promesa altruista de compartir con la abuelita, más bien se ha tornado en lobo invisible que se cierne sobre nuestra sombra mientras navegamos.

Si nos centramos en la característica formal del algoritmo y su potencial manipulativo vemos claro que el joven ha de estar alerta.

Almudena Pacho Casquet

La sociedad de la posverdad o cómo llegamos a no distinguir la verdad de la mentira.

Por Almudena Pacho Casquet

¿Qué es la posverdadSegún la RAE es una distorsión deliberada de la realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. En una sociedad ultra compleja como la actual este fenómeno no es más que uno de los múltiples factores que dificultan al individuo la comprensión de esta realidad. Para explicarla es necesario entender esos factores “desde un punto de vista histórico, evolutivo y multifactorial” (García-Marín, 2019). 

La mentira es tan antigua como el hombre y desde que existe el poder la manipulación ha sido una herramienta al servicio de éste. En este contexto, la posverdad es uno de los muchos fenómenos a estudiar dentro del campo de la desinformación. A lo largo de la asignatura hemos repasado algunos de los recursos que se utilizan para desinformar. Es el matiz de acción “deliberada” el que nos interesa destacar sobre la posverdad porque añadido al de la viralidad y otros fenómenos ejercidos desde la capa tecnológica hacen que hoy en día la posverdad cobre dimensiones muy mastondónticas y trasversales. La convergencia mediática y la narrativa transmedia hacen su parte para que esta dimensión se extienda confundiendo a una sociedad ya de por sí distraída donde la atención es un bien escaso y muy cotizado. Son las noticias falsas o fake-newsmuchas veces las que más lejos llegan porque llaman nuestra atención y apelan a nuestras emociones. 

La comprensión del fenómeno de la posverdad abarca tres capas para su abordaje que conviene tener muy en cuenta: la tecnológica, la psicológica y la sociológica.

Desde la capa tecnológica ha contribuido al auge de la desinformación la creciente algoritmización y la hegemonía de la cuantificación de los datos. Los algoritmos con sus formulas contribuyen a que a través de nuestra interacción en la red ésta nos devuelva aquellos contenidos que nos son más afines. Los algoritmos redimensionan nuestra realidad y la homogeneizan, en la red se recogen datos sobre nuestro modo de ser y de actuar que los programas de las plataformas utilizan para monetizar el tiempo que pasamos en sus aplicaciones (por ejemplo, en las redes sociales). Todo esto convierte internet en un invernadero endogámico donde los internautas regamos con nuestro click la planta de ingresos de las compañías tecnológicas. Esta reciente nueva gallina de los huevos de oro ha pervertido como nunca la política mediática y las redes sociales han permitido acceder a este negocio a nuevos grupos de interés: engendrar bulos sale rentable y en última instancia son muchos los intereses creados. Quedó probada la influencia de Facebook, con sus anuncios y fake-news emitidas desde países del este de Europa en el ascenso de Trump al poder en 2016. Seguramente, a los jóvenes macedonios que contribuyeron a esta campaña desde Facebook les traía sin cuidado la realidad política estadounidense pero no tanto el ganar un buen puñado de dólares con Facebook Ads. Queda también probado, que hoy desde internet cualquiera puede generar contenido sea este falso o no. 

Más miedo y respeto nos dan las llamadas deep fakes o noticias ultra falsas que al amparo de la inteligencia artificial utilizan técnicas de suplantación de imagen por vídeo con tecnología de imitación de rostro y voz. Este tipo de sofisticación de noticias puede debilitar la democracia porque eleva a un nivel amenazador la manipulación sobre las personas y siembra la sospecha permanente en una sociedad donde disminuye la confianza de unos sobre otros. Si las personas no creemos en la democracia ésta no funciona y si no creemos en el mutualismo el individualismo fragmenta cada vez más un escenario perfecto para que seamos más manipulados por grupos de poder.

En cuanto a la capa psicológica existen tres fenómenos importantes a tener en cuanta para la generación del clima de posverdad.

En primer lugar, los seres humanos nos dejamos llevar a menudo por el llamado sesgo de confirmación, según el cual, nos guiamos por las burbujas ideológicas: nos gusta reafirmarnos en lo que nuestros grupos de referencia piensan. Nos encanta el refuerzo positivo que nuestro periódico de referencia o nuestro influencer favorito ejerce sobre nuestras ideas.

En segundo lugar, nuestro cerebro está diseñado para la economía de procesamiento por lo que tendemos a sentirnos atraído por todo aquello que nos simplifique la toma de decisiones o la realidad, fenómeno que la tecnología potencia. Las redes sociales nos presentan la realidad simplificada y aquellos políticos que nos suenan creíbles y nos hablan sencillamente son aquellos con los que más nos identificamos.

En tercer lugar, los seres humanos tenemos una tendencia a manipular la realidad para afirmarla debido a lo que los psicólogos llaman razonamiento motivado. Donald Trump no ganó las últimas elecciones pero intentó crear una realidad paralela que apoyara su discurso llegando a movilizar esa realidad a miles de personas que terminaron asaltando el Capitolio este pasado mes de enero. 

En cuanto a la capa social, el clima de posverdad genera desconfianza en las instituciones. Hoy, la crisis de credibilidad que afecta a los medios de comunicación de masas se extiende al ámbito de la gobernanza. Vivimos una contradicción permanente, en la época de máxima exaltación de la libertad de expresión los medios se ven abocados a dar voz a sectores contrapuestos ideológicos para no ser tildados de filiación política, pero contribuyen con el debate de extremos a una creciente polarización de la opinión que no favorece finalmente ni a la libertad de expresión ni a la democracia. 

Otros tipos de desinformación que abundan en nuestros ecosistemas mediáticos al margen de las fake-news serían los siguientes:

Clickbait: titulares llamativos diseñados para que el internauta clique. 

Contenidos invisiblemente esponsorizados: es contenido publicitario disfrazado de autenticidad.

Falsas reseñas: contenido deliberadamente falso.

-Sátira: contenido con intención humorístico que se viraliza como noticias verdaderas cuando la gente lo saca de contexto y no llegan a darse cuenta que salió de medios satíricos.

Contenido sesgado: noticias verídicas pero recortadas o manipuladas ocultando determinados datos.

Malas praxis periodísticas: (misinformation). Errores no intencionados por mala práctica periodística.

-Falsa conexión: Se puede dar por falsa atribución (suplantación: deep fakes) o por falsificación de contextos: imágenes reales pero deliberadamente descontextualizadas.

Contenido manipulado: foto-edición (Fotoshop, p.e.) para quitar o añadir cosas que no estaban en la imagen. 

Fake-news: noticias que se codifican como información pero son intencionalmente falsas.

De cucarachas y periodismo.

Por Almudena Pacho Casquet

En España, como en todas las sociedades capitalistas y más tras una larga dictadura, el clientelismo está instalado en las capas más profundas del sistema. Hoy mismo, escuchaba la noticia de que Hacienda habría «avisado» al rey emérito hace meses sobre sus «desaguisados» fiscales con el fin de darle plazo para que así pudiera «regularizar» su situación antes de la consiguiente inspección. En connivencia con el gobierno, los medios habrían ocultado estas informaciones para «salvar» parte del patrimonio del monarca pero meses después la noticia queda liberada para exonerar la culpa de no haber denunciado las miserias reales. Como decía Kapuscinsky, la gran desgracia de un periodista es haber investigado una verdad y no poder desvelarla. Son informaciones que permanecen ocultas para la ciudadanía y solo a veces asoman a la superficie cuando ha pasado el tiempo, como pecadillos veniales prescritos gracias al tiempo. Estamos lejos de la transparencia de otros países (como en la serie Borgen, que entre amigos hace años nos dio más de un buen debate y recomiendo) aunque la sociedad de clases siempre en mayor o menor medida se sustenta en este tipo de opacidades sujetas al pacto de silencio del poder.

Como afirma Gabelas en su artículo Periodismo clientelar, en España, los grandes grupos mediáticos aglutinan todo el control y aunque internet haya cambiado la política de los mismos dando paso a una mayor intervención participativa del público y sometiendo a los medios a una revisión profunda, esto no ha supuesto una mayor transparencia o acceso de la ciudadanía a la información. Más bien y al contrarío, las plataformas se han «compinchado» con los medios tradicionales para ser más fuertes y sobrevivir sin perder sus cotas de poder. Las cifras de 2016 aportadas en el artículo asustan, la oligarquía mediática controlando entonces un 78% del espacio informativo.

Todo este entramado no da margen a que el sempiterno periodismo clientelar se debilite sino que más bien, ayudado por la algoritmización que escarba en nuestras vidas, parece que en unos años el periodista corre el peligro de convertirse en un escriba al servicio de la demanda. Más aún, se oyen voces de que la inteligencia artificial impulsada por el Machine Learning, ha creado ya bots escritores capaces de redactar noticias. 

Luego está el debate del agenda setting que puede convertirse en un modo indirecto de manipulación menos evidente que la desinformación o las fake-news. ¿A quién le interesa poner luz al ruido que hacen pocas personas pero radicales como por ejemplo Vox? Siempre he pensado que hay que informar de todo pero no consigo entender por qué a determinados grupos se les da foco en determindo momento pretendiendo que son más de las que son y en cambio no se fija el objetivo en el bien tan a menudo. Y aún más, cuando se recalca un gesto bello como el de Luna, voluntaria de Cruz Roja, de esta semana en Ceuta, pronto queda tapado por las montañas de información que se van depositando encima entre las redes sociales y el resto de la actualidad.

Me parece un mensaje de miedo el que muchos medios quieren darnos constantemente: miedo a la incertidumbre, miedo a que viene el lobo populista de la extrema derecha, miedo a los migrantes, miedo a Trump, miedo a los negacionistas y a los que se saltan el civismo en la pandemia. En definitiva, nos manipulan con escenarios que están pero que enfocados bajo el framing de los medios parecen realidades aumentadas y que igual que el discurso del odio nos aturden solo con el fin de mantenernos más anclados a los focos informativos, a las aplicaciones, al debate mediático. Miedo y odio, dos emociones que paralizan nuestra atención sobre lo que el foco nos muestra.

Echo de menos como Gabelas nos recuerda, programas de debate plurales y auténticos como La Clave, que en mi adolescencia y juventud tuve la suerte de disfrutar.

Aún así, sigo creyendo en el poder de una buena frase, en la acepción de bondad como verdad, que decía Hemingway (“One true sentence”) y en los buenos periodistas que los hay. Hoy el foco está puesto en el periodismo de datos y de contrastación de los hechos (fact checking) pero no debemos poner todo el peso en lo cuantitativo, tendencia científica que impera en todo hoy sino que hay que luchar por no perder el poder de la belleza, de la historia, del buen lenguaje, de la palabra poderosa. Siento a veces que se gasta mucha palabra en contrastar y aportar datos mientras se pierde la escritura. La proliferación de agencias de fact checking alerta sobre la realidad de un mundo que se muestra falsamente pero también sobre la posibilidad de que cada vez el ser humano tenga que recurrir a ministerios como el de la verdad en 1984, de Orwell, para que nos digan qué es verdad y qué es mentira, atrofiándoselos nuestra capacidad para entender el bien y el mal. Pero no se puede criminalizar al periodista que bastante tiene con sobrevivir en la larga crisis que acucia al sector y que ya ha condenado a parte de la profesión al ostracismo.

Para terminar, vuelvo a Kapuscinsky, de quien recomiendo cualquier lectura, en especial Ébano, que refiriéndose al periodismo explicó que la profesión “no consiste en pisar cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse.”

Por tanto, invoco al periodismo que alumbra el camino para que podamos pensar la realidad con más capacidad crítica, periodismo de luz que no huye de las sombras porque entiende que el mundo es un lugar de claroscuros y que no se asienta en comprobaciones que dividen a la sociedad en dos polos, una vez más. Que nos preguntemos por qué siempre terminan reduciéndonos a la simplificación cuando en nuestro día día los seres humanos sabemos que la realidad es compleja.

Narrativa de la resiliencia en tiempos de pandemia

Hace poco se cumplió el año del inicio de la pandemia mundial por COVID-19.

También recientemente comenzaba la asignatura de Educomunicación y Narrativa Digital con David García Marín en el Master de Comunicación y Educación en la Red de la UNED, una buena excusa para comenzar un diario de aprendizaje.

La pandemia ha traído no pocas cosas duras a nuestras vidas, pero también está siendo un camino de gran aprendizaje. El primero de los aprendizajes, el de la resiliencia.

Resiliencia y resistencia son dos palabras que me acompañan en este periplo. Es un año disruptivo: el paro laboral y la enfermedad acechan a mi familia y han hecho ya estragos en otras. Sin embargo, también han llegado gentes buenas con las que compartir las tristezas y alegrías de cada día y compañer@s en este trayecto de aprendizaje.

Narrasilencia es la narrativa de la resiliencia, un diálogo conmigo misma y con los otros: nuevos modos de ver el vaso para construir un espacio común.

Comenzamos andadura. La narrativa no será lineal. No sabemos a dónde nos llevará.

¡Bienvenid@s a este viaje!