Por Almudena Pacho
«Lo que quisieras es la apertura de un espacio y un tiempo abstractos y absolutos en los cuales moverte siguiendo una trayectoria exacta y tensa.»
Pero esta es una novela en que las cosas que queremos no ocurren y si atendemos al título Si una noche de invierno, un viajero… poca duda nos queda sobre el aspecto abierto y lleno de posibilidades de esta obra literaria que escapa a todo género puro. No nos encontramos ante una novela al uso ni tampoco ante un libro de relatos convencional y sin embargo, podríamos decir que esta obra es la quintaesencia del relato por su aspecto narrativo multilineal.
En nuestras clases de Educomunicación y Narrativa Digital con el doctor David García-Marín, comenzamos la andadura con esta lectura de Italo Calvino como ejemplo de relato multilineal en soporte literario y como excusa exploratoria de aspectos que pareciendo atribuibles a la narrativa digital no le son exclusivos sino que se pueden encontrar en la manera de narrar tanto en la literatura como en el cine pre-digital.
«La dimensión del tiempo se ha hecho pedazos, no podemos vivir o pensar sino fragmentos de metralla del tiempo que se alejan cada cual a lo largo de su trayectoria y al punto desaparecen.»
De Italo Calvino recuerdo con cariño a su barón rampante leído en la juventud y aunque al final de esta novela llegué sobretodo por el compromiso asumido con estas líneas que ahora escribo, no voy a olvidar nunca la estación de tren con que comienza esta novela.
Leer Si una noche de invierno, un viajero… es una experiencia poliédrica cercana a la sensación que se tiene cuando miras a través del caleidoscopio; la imagen es la historia y cada fragmento de esa historia conforma una pequeña pieza que se puede leer casi independientemente pero cuyo significado no es completo sin el resto de las piezas. Además, se le añade a este aspecto estético el juego del espejo: una dimensión que te adentra en la siguiente y a su vez en la siguiente como si de infinitos reflejos se tratara.

Por otra parte, se trata de una novela sobre el oficio de escribir. Todo en ella destila respeto y amor por la humilde y humana tarea del escritor como hacedor de historias. Nos encontramos ante un metarrelato. A través de las páginas de la novela escuchamos el manifiesto de un artista que se rebela contra la contingencia de la norma y las convenciones impuestas apelando al poder de la imaginación y a la libertad de la creación.
De los aspectos metaliterarios, como buena lectora, he disfrutado abriéndome paso a través de las palabras “como por un tupido bosque”.
Otro aspecto destacable es el constante diálogo entre autor y lector, a quién se trata de interpelar y hacer partícipe en una especie de interactividad que en literatura es difícil de conseguir. Esta conversación navega abrazando palabras en una deriva que nos deja construcciones de gran belleza y pequeñas píldoras de sabiduría sobre el mundo de la literatura.
«La novela que más me gustaría leer en este momento debería tener como fuerza motriz solo las ganas de contar, de acumular historias, sin pretender imponerte una visión del mundo, sino solo hacerte asistir a su propio crecimiento como una planta, un enmarañarse como de ramas y hojas…»
“Si una noche de invierno, un viajero…” no deja de ser una reivindicación de la esencia que nutre la literatura: el relato y con ello un homenaje a la libre circulación del caos como una energía que no puede ni debe ser aprehendida para ser insertada en moldes.
«La conclusión a la que llegan todas las historias es que la vida que uno ha vivido es una y solo una, uniforme y compacta como una manta enfurtida donde no se pueden separar los hilos con que está tejida…una red de líneas que se entrelazan.»
Concluiré diciendo que aunque por el momento vital me ha costado desempeñarme entre el caos, leer de nuevo a Calvino ha supuesto volver a disfrutar de su lenguaje sin igual desentrañando frases para nunca olvidar. Avanzar en este relato era como mover una batela sabiendo que gracias al colado aparecerían las pepitas de oro…y aparecieron.
«Escribir es siempre esconder algo de manera que después sea descubierto.»
La protagonista era la historia y las microhistorias eran anécdotas en el metarrelato. El motor de todo no es otro que el que nutre nuestras vidas como seres ancestrales y orgánicos: la narrativa. Del mismo modo, la novela que importa no es la que leemos sino la que se queda al margen, la que se construye a través de las elipsis igual que nuestras vidas cuentan no solo aquello que vivimos sino todo aquello que pudimos haber vivido y no vivimos. El ser humano haya su sentido no solo en sus palabras sino también en sus silencios. Como decía Duchamp, el arte no es lo que queda en el centro, el arte está en el hueco, algo que Chillida y Oteiza plasmaron muy bien en sus esculturas. Ese espacio como de agujero negro se resume el caos que rige nuestras vidas y da vida a novelas como Si una noche de invierno, un viajero…
