Lev Manovich y la vigencia de los nuevos medios que ya no son tan nuevos.

Por Almudena Pacho Casquet

Puede que la digitalización haya simplificado nuestro día a día y que el mundo sea más complejo por la fragmentación y atomización de la información en nuestra era. Además, no podemos negar que desde que la complejidad creciente forma parte de nuestra sociedad, le hemos cogido gusto a la practicidad de lo dicotómico y a ese modo disyuntivo de movernos por la vida a la hora de realizar elecciones. El manejar dos variables parece arreglarnos la «papeleta» de tener que decidir entre demasiadas opciones. Desde que el post-capitalismo nos convirtió en prosumidores pasamos demasiado tiempo divagando sobre las mil y una opciones que el sistema nos ofrece que en realidad se reducen a dos: comprar o no comprar; el código binario del consumismo.

Para los que nacimos algunas décadas antes del 2000, la llegada de internet marcó una frontera entre dos territorios vitales: lo vivido antes de internet y lo vivido desde entonces. A partir de ahí, muchos nos convertimos en «inmigrantes digitales» y nuestros hijos pasaron a ser «nativos digitales» (Prensky, 2001). El caso es que esta disrupción asentó los cimientos de la eterna discusión entre lo digital y lo analógico, entre los mass media y los social media, entre lo lineal y lo multilineal y así nos plantamos en el año 2021 en la clase de Narrativa Digital y Educomunicación con David García Marín y leemos a Lev Manovich en El lenguaje de los nuevos medios de comunicación .

En 2001, cuando Manovich publicó este libro, hoy de culto entre creadores y estudiosos de los medios, la digitalización era un bebé que empezaba a andar cuyo carácter solo despuntaba. Manovich fue un visionario porque hoy, el bebé es un adulto joven y los rasgos básicos que retrató entonces siguen vigentes y conforman un entramado sobre el cual se van ensamblando nuevas funcionalidades al tiempo que los medios se van transformando.

Por otra parte, Manovich demuestra que la aproximación a los nuevos medios no puede hacerse desde la contraposición entre lo nuevo y lo viejo ya que lo nuevo no surge espontáneamente sino fruto de la evolución tecnológica y social. Lo tecnológico necesita de lo cultural, arte y código binario no tienen por qué no entenderse. Si nos centramos en la imagen como formato cultural prominente Manovich nos deja claro que el cine nos brindó todo un ADN digital desde su nacimiento y la pintura y el arte siempre han sido interactivos en su afán por comunicar y participar con los otros. Por tanto, digital e interactivo, no son dos adjetivos que Manovich circunscribe a los nuevos medios como algo exclusivo. Lo que sí establece Manovich es que el ordenador se convierte en el eje central de la creación de los productos de los nuevos medios y el cine es el hipermedio del que emergen todos los demás. En películas como El hombre de la cámara de Dziga Vertov (1929), Manovich encuentra ya casi todos los rasgos de la multilinealidad que los medios digitales van a abanderar en el futuro.

El hombre de la cámara de Dziga Vertov (1929)

Para sentar las bases de los fenómenos digitales Manovich distingue algunas características esenciales a los mismos:

El lenguaje de los nuevos medios se basa en la representación numérica o código binario y como tal se presta a la manipulación y organización algorítmica.

Los elementos de los nuevos medios se presentan con estructura modular y pueden ser categorizados en colecciones. Internet tiene una estructura modular.

Los productos digitales se pueden automatizar bajo plantillas o fórmulas algorítmicas de modo que ya no es necesario que el creador esté presente. Con una plantilla se puede programar la creación, por ejemplo. El arte nunca antes fue automatizable aunque fuera susceptible de poder ser programado. Los nuevos medios añaden modos nunca hasta su irrupción imaginados.

Los productos de los nuevos medios son variables. Los elementos se guardan en bases de datos y con plantillas esos datos pueden dar forma a infinitas presentaciones e interfaces. Esta variabilidad abre nuevas posibilidades donde los productos se pueden personalizar, dando lugar a nuevas implicaciones culturales o socio-económicas como el marketing. Los productos digitales son diseñados y «paridos» al mundo y a partir de ahí pueden actualizarse o transformarse pero chocan con la concepción de producción y distribución de antaño, donde se creaba un producto y éste había de ser presentado a múltiples audiencias siempre con la misma forma. Ahora, dependiendo de las audiencias el mismo producto se puede presentar de distinta forma y con más o menos módulos. El carácter de variabilidad lleva a la escalabilidad: los productos digitales son escalables en la medida en que se pueden ir añadiendo secuelas o precuelas, se pueden lanzar en un país e ir creciendo según se van lanzando a otros países etc.

Partiendo de esta liquidez de lo digital se explica el carácter interactivo que Manovich no centra en la acción humana (puesto que esto no es nuevo) sino en la forma en que se accede a esa interactividad: el orden arbóreo o menú. Este modo de acceder a la interfaz supone una disrupción enorme en la manera de crear y relacionarnos con las obras: internet es un gran menú por el que vamos navegando entre distintos elementos multimedia conectados por hipervínculos. Esta estructura donde los elementos son independientes pero conforman un producto siempre vivo es lo que se llama HIPERMEDIA, un medio que conecta otros medios y donde conviven el hipertexto y otros elementos multimedia.

Los productos digitales se prestan a la transcodificación porque los medios son transformables y presentan dos capas; la informática y la cultural, que se influyen recíproca y constantemente. Lo binario afecta al arte y a la creación y lo cultural ha afectado a lo tecnológico. Si entendemos que los medios digitales son una evolución de los analógicos y no una dicotomía, podremos llegar a apreciar el carácter tuneador de la creación digital que tan bien describe Carlos Escaño en su conceptualización de la remezcla.

Jenny Holzer. Arte conceptual. El rasgo de variabilidad de las producciones de esta artista permite adaptar su arte (y su mensaje) al público al que se presenta, no siendo nunca una obra acabada y estática.

A modo de conclusión, hoy no podemos adivinar por dónde va caminar nuestro joven adulto digital pero a veces parece que la capa informática está ganando a la cultural en los modos en que el hipermedia ha ido calando en la sociedad. Se evidencia que los algoritmos se han quedado con las huellas de nuestros caminos por internet, guardan nuestros recorridos y nos conocen por nuestros pasos. Internet ha pasado de ser un bosque de oportunidad a ser el bosque oscuro. Nosotros somos Caperucita y la red ya no es la promesa altruista de compartir con la abuelita, más bien se ha tornado en lobo invisible que se cierne sobre nuestra sombra mientras navegamos.

Si nos centramos en la característica formal del algoritmo y su potencial manipulativo vemos claro que el joven ha de estar alerta.

Almudena Pacho Casquet

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