Precedentes de la narrativa transmedia: Dziga Vertov y El Hombre de la Cámara (1929).

Por Almudena Pacho Casquet

«Durante quince años he aprendido cine-escritura. He aprendido el arte de escribir no con la pluma sino con una cámara. La ausencia de alfabeto cinematográfico me ha resultado molesta. He intentado crear este alfabeto.»

Dziga Vertov

Como en un relato digital donde todo está conectado, hoy tocan unas palabras sobre este cineasta ruso que hemos conocido al principio de la asignatura de Narrativa Digital y Educomunicación del master. David García Marín nos lo ha propuesto como ejemplo de relato no lineal visual junto a Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Pero Manovich en El lenguaje de los nuevos medios de comunicación hace un estudio de este autor y de ahí que vayamos conectando aprendizajes a modo de redes neuronales.

En efecto, nuestro interés por este autor en este momento del camino viene del hecho de que ya en el siglo pasado, mucho antes de la aparición de los nuevos medios, hubo producciones que demuestran que la narrativa no siempre ha sido lineal.

Vertov era un documentalista obsesionado con recoger la realidad como si de datos se tratase. La cámara simula al ojo humano y por eso a este cine se le denominó «cine-ojo». La película es un retrato orgánico de la vida y costumbres de una ciudad rusa de principios de la revolución estalinista. Se asocia este tipo de género documental con la propaganda gubernamental y las ganas de proyectar el proyecto estalinista pero también el auge de este cine en su época estaba asociado con la vanguardia y se puede apreciar en la modernidad que destila y el uso de los recursos estilísticos que han sentado las bases de un estilo propio. Vertov junto a otros autores conformaron el movimiento de los Kinoki, con el objetivo de hacer cine documental y luchar contra el cine de ficción que estaba sujeto a los clichés y que consideraban una mera manipulación. El caso es que por muy documental que sea una película y por mucho que queramos plasmar la objetividad, como reflexionamos en las clases, la objetividad absoluta es imposible dado que la cámara como interfaz es un instrumento que el autor maneja con una intencionalidad. Como en todo producto artístico, incluso si sacamos al género documental del arte, nada es absolutamente objetivo porque somos humanos. Otro asunto será ver si el arte hecho por robots puede ser considerado como más objetivo pero no creemos que se solucione el dilema porque la inteligencia artificial la ha creado el hombre.

Dziga Vertov: El hombre de la cámara

¿Por qué nos interesa tanto esta película en nuestro viaje por la narrativa digital?

Nos interesa El hombre de la cámara por la estructura del relato. Se trata de una película que pretende prescindir de guión, historia o premeditación evidente. Es un documental que deja a un lado la mayoría de los recursos narrativos típicos de la época como la música (que añade un tono emocional al cine mudo) o las cortinillas con texto que explican la intención. Se quiere dar al espectador una «fotografía» viva o en movimiento de la vida de una ciudad en un día concreto que puede ser cualquier día laborable, sin muchas referencias espacio-temporales. Nuestra referencia narrativa es la cámara y la protagonista: la cámara. El interfaz (cámara) nos va dando datos a través de las escenas y nuestra mente tiene la tarea de conectar esos datos (como si nosotros fuéramos software del ordenador) de modo que el producto final está en la mente de cada uno y puede resultar un retrato diferente el que yo me haga del que se haga otra persona.

Nos interesa porque Dziga Vertov, como dice en la cita de arriba, inventó un nuevo alfabeto visual para ofrecer lo que él quería: la captación del movimiento de la ciudad. En mi opinión, queriendo ser objetivo consiguió ser simbólico también porque en esta película hay una metáfora de la vida transversal a tiempo y espacio: las escenas de nacimiento, matrimonio, funeral nos llevan al relato de la vida humana y las escenas cotidianas costumbristas nos arman un relato en enjambre a modo de collage de la ciudad.

Vertov consigue todo esto a través de dos modos operativos: siendo un genio de la cámara en hombro (nos ofrece varias escenas que reflejan el trabajo de los operadores en un homenaje a esta profesión en cine) y por otro lado ejerce un magistral trabajo de montaje que le han convertido en un cineasta referente en los estudios de cine. Su modo de montar despliega una modernidad adelantada a su tiempo y trucos como superposiciones de planos que son de gran belleza fotográfica. No podemos evitar decir que el montaje es una manipulación y que a través de él se añade un componente enorme de subjetividad que sería contradictorio con lo que venimos explicando y que nos puede ayudar a debatir aún más sobre la verdad de la objetividad pero no vamos a profundizar en esto ahora.

La vida es movimiento y Vertov, consigue trasmitir la vida. Esta película consigue escapar a la literalidad: al principio, nudo y desenlace, sentando lo que más recientemente hemos conocido como narrativa multilineal. Hay muchas historias dentro de la historia y nos toca «interactuar» para conectar las que más significativas nos resulten para entender esta ciudad.

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