Walter Benjamin. En busca del aura perdida.

Por Almudena Pacho Casquet

«La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden.»

La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1935), al igual que La sociedad del espectáculo (1967) de Guy Debord, es un breve ensayo que conquista por el pensamiento visionario de su autor, Walter Benjamin. Ambas lecturas son esenciales para una reflexión profunda sobre el arte, los medios (nuevos y viejos) y la sociedad como sistema de clases. Walter Benjamin, que escribe este ensayo en el contexto de la Europa de entre guerras, repasa en él la naturaleza del arte en cuanto a su relación con la sociedad de acuerdo a los distintos soportes y medios. 

La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1935), al igual que La sociedad del espectáculo (1967) de Guy Debord, es un breve ensayo que conquista por el pensamiento visionario de su autor, Walter Benjamin. Ambas lecturas son esenciales para una reflexión profunda sobre el arte, los medios (nuevos y viejos) y la sociedad como sistema de clases. Walter Benjamin, que escribe este ensayo en el contexto de la Europa de entre guerras, repasa en él la naturaleza del arte en cuanto a su relación con la sociedad de acuerdo a los distintos soportes y medios. 

En texto es un recorrido por el arte desde sus formas más primitivas hasta el cine, que en los tiempos en que se escribió este ensayo ya había sido apropiado por el capitalismo como quimera entretenedora y promotora de consumo. Benjamin piensa en los distintos lenguajes en que los artistas se han expresado a lo largo de la historia y en las diferentes interfaces que el arte ha usado en esta conversación. Aunque la ‘interfaz’ llegaría mucho más tarde, Benjamin anticipa el concepto cuando indaga en las repercusiones de la evolución social y técnica sobre el arte y del arte sobre la sociedad. No en vano, muchos años después, cuando el Manovich de El lenguaje de los nuevos medios de comunicación: la imagen en la era digital, para analizar los nuevos medios se remonta a los orígenes de la fotografía y al cine como primera experiencia multimedia, parece beber de este mismo ensayo.

Ya en aquellos años 30, el cine vivía su apogeo como medio multimedia en el que se fusionaban múltiples lenguajes artísticos y la imagen prometía ya ser la reina del discurso presente y futuro. En EE.UU. Hollywood y su ‘star system’ inauguraban la tiranía de las audiencias y la Rusia estalinista propaganda revolucionaria. Benjamin  lo definió muy bien: el fascismo sería la máxima “artificación de la política” mientras el comunismo derivaría en una fructífera “politización del arte”. Dos caras para una misma moneda.

Hoy, no estamos lejos de esa dicotomía benjaminiana: la política vuelve a teatralizarse alentada por las plataformas tecnológicas (dueñas del maná informativo). Se intenta proporcionar una pátina de algo “artístico” para despertar nuestra atención aleccionada por influencers y marketers. Unos y otros, son las estrellas de hoy. El político de ideas se queda en la sombra porque el sistema necesita de actores que lleven a cabo el guión que los medios escriben y la política se asesora con expertos en marketing que se dirigen a audiencias para vender un producto, no ideas. Las audiencias necesitan impactos emocionales para seguir atentas y poder dar vueltas a la rueda como un hámster en su jaula.

El debate sobre el arte que plantea Benjamin nos ayuda a entender la influencia que la reproductibilidad de la imprenta, la fotografía, el cine y hoy internet, han imprimido a las obras artísticas. Antes de la copia, el arte era un momento único, irreproducible y estaba conformado de soporte, proceso, tiempo, contexto y aura. El aura es una especie de momento anclado a una experiencia sensorial y metafísica que emana de la obra. Pero ese aura se fue perdiendo por la dificultad de ser trasmitida en masa y por la superación de la dimensión espacio-tempora que la reproducibilidad aportó al arte. En la antigüedad una obra era un interfaz al mundo del artista que solo permitía entrar a unos pocos. Poco a poco, el arte fue calando en la sociedad, saliendo de la aristocracia para expandirse con las clases burguesas y “democratizarse” gracias la revolución tecnológica que supusieron diversos avances, como por ejemplo la imprenta. Y así, poco a poco, llegaron la fotografía y el cine para generar mundos multimedia que revolucionaron la conversación con las masas. Nacieron las audiencias y los autores se convirtieron en estrellas. Con internet llegó el mundo en que todos somos autores y la obra pasa a un segundo plano a veces porque autor y obra forman un impacto, la obra se lanza como un proyectil, decía Benjamin, para romper la distracción que sufrimos ante tamaña profusión de información.

Fascina este concepto de aura y pensar que todo arte no es sino un intento de atrapar algo que a los seres humanos se nos escapa. La llegada de la fotografía, igual que la llegada de internet para nosotros, fue en su tiempo una revolución para quienes la vivieron y despertó la ilusión de llegar a atrapar lo inalcanzable. Aunque ejemplo algo extremo, la fotografía post-mortem del XIX sirve para entender cómo los nuevos medios han querido desde siempre fijar el aura: conservar el momentum. Esto es difícil cuando la obra se reproduce hasta el infinito y se desvirtúa el diálogo al viajar a toda velocidad por entre ingentes cantidades de destinatarios que le van impregnando distintos matices al tiempo que la van trasformando en algo que finalmente tiene poco que ver con lo que el artista quiso decir. Desaparece el artista diseccionado y desnudado de su esencia en el baño de masas.

Para Benjamin, el arte es un lugar de recogimiento, pero con las masas (audiencias) éste se ha convertido en disipamiento. Y curiosamente, nada que no esté presentado con este envoltorio parece calarnos hondo por lo que la sociedad se ha convertido en el espectáculo que Debord preconizó. 

Casi un siglo después de este maravilloso texto, la contradicción se perpetúa. En la era de la posproducción, de la posdigitalización, del poscapitalismo, llegamos a un máximo desarrollo tecnológico que parece imparable pero el poder sigue en unas pocas manos por lo que son muy pocos los que pueden disfrutar de este progreso humano. 

No podemos dejar de preguntarnos sobre si esto es realmente el progreso. En todos los tiempos, el progreso ha sido aprovechado por unos pocos que no han permitido que el resto avanzara, no al menos al mismo tiempo. Hoy internet está en todo el mundo pero el acceso ha sido desigual y sigue siéndolo. Cuando la red solo comenzaba a andar soñamos con un mundo más democrático pero hoy sabemos que el progreso avanza desigualmente y que el poder siempre acaba apropiándose del nuevo talento para perpetuar su posición por miedo a perderla, proceso que investigó Bourdieu en los 70 y que plasmó en La Reproducción. La guerra que Benjamin proclamó como el máximo arte de las sociedades neo-liberales hoy toma distintas formas. Pero sigue estando ahí. Siguen estando los pobres y hemos puesto nombre a las sombras: aporofobia; miedo al pobre, rechazo al otro. Cada avance trae consigo su yugo en la sociedad de clases. La participación nos ha traído la esclavitud de la atención aunque nos da también espacios nuevos para el activismo y el pensamiento crítico.

Antoni Muntadas, 1989. Video is televisión? YouTube.

Y el arte, sigue buscando su aura perdida. Hay obras que valen por el aura de quienes las crean o más bien por el carisma y otras que nos hace sentir por si mismas. El arte digital terminaría de dinamitar el aura con su reproductibilidad multiplicada por infinito, que diría Benjamin, pero el mercado se transforma y con el Blockchain llegan los Non Fungible Tokens, obras que ancladas a la tecnología de bloques quieren conseguir encerrar el momentum que la reproductabilidad infinita y maldita les negaría. ¿Lo conseguirán? No se sabe, pero de momento el mercado premia este desesperado intento.

NFT de Beeple vendido en 2021 por 69 millones de dólares. Photograph: Christie’s Auction House